miércoles, 22 de octubre de 2008

EL CACUY

· Hola les dejó esta leyenda, esta buena, me la contaron hace mucho y cuando la leí hace poco me pareció buena ponerla para también leer un poco aquellas cosas que tiene nuestra rica cultura aborigen. Se que es un poco larga espero que la lean y la disfruten...


LEYENDA QUICHUA

El Cacuy


Sonko y Huasca eran hermanos. Habían quedado huérfanos hacía muchos años, y desde entonces vivían solos en la selva, habitando el rancho que fuera de sus padres. Sonko era el menor.

Alto, fornido y muy trabajador, poseía un corazón tierno, cuyo cariño se volcaba en su hermana, a quien quería como a la madre que perdiera siendo niño. Pero Huasca no retribuía ese afecto. Por el contrario, siempre se mostraba agresiva con el buen hermano, disputaba con él, lo maltrataba y le hacía padecer en toda ocasión la perversidad que la dominaba. A pesar de ello, Sonko seguía profesando un profundo cariño a esta hermana cruel. Tanto la quería, que al ver los jugosos frutos maduros, sólo tenía un pensamiento: recogerlos para Huasca. Así lo hizo ese día. De vuelta al rancho, cortó los más dulces y sabrosos, los depositó en un canastillo de fibras de yuchán, que él mismo fabricara, y feliz y contento con el tesoro obtenido, corrió hasta su choza a fin de entregarlos a la ingrata.

Mientras corría, pensaba: "¡Qué contenta se pondrá Huasca! Ella habrá preparado la comida para mi almuerzo, pero yo, en cambio, le regalaré estas hermosas chirimoyas y estas sabrosas algarrobas. ¡Mi hermana es tan golosa! ¡Si su corazón fuera más dulce conmigo! Porque con los demás es muy buena... y es cariñosa... Sólo conmigo es brusca y es mala." Se detuvo un momento, para comprobar que las frutas no sufrían con la carrera, y continuó sus reflexiones: "¿Por qué Huasca se mostrará tan dura conmigo? Pero... ¡no importa! Yo conseguiré que me quiera. Con mi cariño lograré el de ella." Ilusionado por su fe llegó a la choza. Al lado de ésta había un telar rústico, con una manta de vivos colores empezada.

Ello le demostró que Huasca había estado trabajando. Una canción muy suave le llegó desde el interior del rancho. Era su hermana que cantaba. Alentado y gozoso, al pensar en el regalo que le traía, llamó con voz dulce: -¡Huasca!... ¡Huasca!... ¡Hermanita!... Una linda doncella de piel cobriza apareció en la puerta de la choza. La canción se había apagado en sus labios, y una mirada hosca, cargada de rencor, acompañó a sus palabras. Dirigiéndose a su hermano, le respondió en el más brusco de los tonos: -¡Qué quieres! Sonko sufrió un desencanto. Le pareció que su corazón se achicaba y le dolía al sentir el desprecio de la perversa doncella. Sin embargo resistió el dolor y nada dijo. Él se había prometido conquistar el afecto de su hermana y no abandonaría la empresa al primer contratiempo.

Con suave voz y tierna expresión, le dijo: -Mira, golosa, mira lo que he traído para ti.

Al mismo tiempo abrió la cesta cargada de apetitosos frutos, y al verlos, la mala hermana sólo supo exclamar: -¡Chirimoyas y algarrobas! ¡Cómo me gustan! Sin una frase de agradecimiento al pobre muchacho, le arrebató la canastilla y entró en el rancho.
El hermano la siguió. No agregó una sola palabra y se sentó dispuesto a almorzar: En una vasija de barro, la mazamorra se cocinaba al fuego. Tomó un "puco", y ya iba a llenarlo con el sabroso alimento, cuando su hermana lo detuvo dándole un manotón, al tiempo que le gritaba airada: -¡Deja eso! ¿O crees que yo cocino para ti? ¡Poca comodidad sería! ¡Pasar la mañana fuera y volver cuando ya está todo hecho! ¡Cuando no hay más que estirar la mano para servirse! Y, dominante, agregó: -¡Retírate turay! ¡Cacuy turay! Pero... Huasca... Yo también he trabajado.

He estado recogiendo miel de lechiguana y labrando la tierra pra sembrar... Y ¿quien si no yo cuida nuestra majadita de cabras?

Con el tono más humilde continuó: -Anda, sé razonable... Sírveme un poco de mazamorra y dame un trozo de patay... -¡Ya he dicho que no! Si quieres comer, tú te lo has de preparar. ¡Esto es mío! ¡Cacuy turay! ¡Cacuy turay! -Dame entonces unas chirimoyas de las que traje... -imploró el muchacho. -Ni una. Para mí dijiste que eran y yo las comeré -terminó inflexible Huasca. Triste la miró Sonko. Sus ojos brillaron colmados de lágrimas; pero nada respondió. Cabizbajo salió del rancho. ¿Cómo era posible que su hermana le negara una porción de mazamorra o un trozo de patay cuando él trataba siempre de complacerla? ¿Por qué sería así su hermana? ¿Qué podría hacer él para corregirla? Sus esperanzas de dulcificar el corazón de la perversa iban perdiendo fuerza. Se sentía incapaz de continuar. Sin embargo, haría una última tentativa. Ese día lo pasó vagando por el bosque y alimentándose con frutas silvestres. Entrada la noche, volvió al rancho y se acostó. Una idea fija le impedía conciliar el sueño: cómo lograr el afecto de su hermana. Por fin, el cansancio lo venció y se quedó dormido. A la mañana siguiente, muy temprano, volvió a salir de la choza.

Llevaba la intención de conseguir, para su hermana, algo extraordinario, algo que le agradara mucho... Sonko pensaba: "Tal vez así, con una dedicación y un deseo de complacerla cada vez mayores, llegará un día en que Huasca corresponderá a este hondo cariño que por ella siento. ¡Qué felices seremos entonces!" Levantó sus ojos al cielo y, como si hablara con alguien, continuó: "Viviremos unidos por un afecto profundo y nuestros padres nos bendecirán desde la estrella donde están ahora..." A su paso, un ave asustada levantó el vuelo. Tan preocupado iba, que apenas prestó atención a este hecho. Tampoco oía el coro de los pájaros que a esa hora era una gloria. Persistía en su mente la misma idea: merecer el cariño de su hermana. De pronto, un fruto hermoso llamó su atención. Su color, su brillo y su tamaño lo hacían resaltar entre todos los otros. ¡Ése sería el regalo para su hermana! Pero, ¡qué alto estaba! Le costaría alcanzarlo... Mas, ¿qué importaban las dificultades cuando el premio iba a ser tan maravilloso? Y ya no pensó más. Aunque los riesgos eran muchos, lo alcanzaría. Con la agilidad de un muchacho acostumbrado a trepar árboles y a escalar montañas, Sonko apoyó en una rama baja sus pies calzados con ojotas, y ayudándose con manos, brazos y piernas fue subiendo... subiendo... Las espinas y las ramas secas arañaban su piel y desgarraban sus ropas. Pero nada importaba. Lo esencial era llegar hasta el hermoso fruto que se ofrecía allá en lo alto. Continuaba entusiasmado la ascención, cuando lanzó un grito. Una enorme espina se había clavado en su carne. El dolor que le producía era tan intenso que no le permitía sostenerse con la mano herida. Trato de arrancarse la espina, pero fue en vano. La mano comenzó a hincharse y a tomar un feo color morado. Debía darse por vencido y abandonar la empresa. Resuelto ya, comenzó a descender. Una vez en tierra, observó la herida con detención. En un último esfuerzo, arrancó la espina, y la sangre brotó de la lastimadura. Se sintió desfallecer. Su cabeza ardía y tenía la garganta seca. Con las fuerzas y la desesperación que le prestaba su estado, corrió a la casa. Su hermana sabía preparar un bálsamo con las hojas y las flores del molle... Ella lo curaría y le daría de beber... Ya le faltaba poco... Un último esfuerzo y llegaría a su rancho. De lejos divisó a Huasca trabajando en el telar. Cuando estuvo delante, le suplicó: -¡Huasca, por favor! Quise traerte un fruto hermoso que vi en el bosque, y cuando ya creía alcanzarlo, una espina que se clavó en mi mano me impidió lograr mi deseo. Huasca, hermanita, ¡sufro mucho y tengo sed! ¡Alcánzame un poco de agua! La hermana se levantó de inmediato. Lo tomó de un brazo y lo ayudó a sentarse. -¡Oh!. turay... ¡Cómo tienes la mano! Yo te la curaré y traeré agua y miel para apagar tu sed. Así diciendo, corrió al interior del rancho, y llevando en sus manos un cántaro de barro, fue a una vertiente cercana para llenarlo con agua fresca. Sonko creía soñar. Mentira le parecía la dedicación de la hermana. Llegaó a bendecir la espina que, al herirlo, le había permitido gozar del cariño y de los cuidados de su querida Huasca. Corriendo volvió la doncella. Con la carrera el agua que llenaba el cántaro saltaba y caía al suelo salpicando sus piernas desnudas. Entró al rancho para buscar un "puco" con miel. Con ambas manos ocupadas se presentó ante Sonko. La ansiedad y el reconocimiento se pintaron en el rostro del hermano.
Un dulce bienestar lo invadió al oír que Huasca le decía con dulzura: -¡Pobre turay! Hermanito..., ¿sufres? ¿Tienes sed? Aquí hay yacu-chiri y miel en abundancia, ¿las ves? Hizo una pausa, y cambiando de expresión y con la voz ruda de otras veces, agregó: -¡Pero no son para ti! ¡Prefiero dárselos a la tierra! Y al tiempo que, ante los ojos azorados del muchacho, volcaba el contenido de las dos vasijas, lanzando una carcajada estridente y burlona, continuó: -¡Anda tú!... ¡Anda a la vertiente, que allí el agua sobra!... ¡Allí podrás tomar toda la que quieras! Esto bastó para que el cariño que sentía el muchacho se trocara en un odio intenso contra la perversa hermana. Un sentimiento de venganza nació en él, tan profundo y persistente, que ya no lo abandonó. Arrastrándose casi, llegó a la vertiente. Se hechó en el suelo y con avidez bebió el líquido fresco. Sumergió en el agua la mano herida y se sintió mejor. Un suave sopor lo invadió y a la sombra de un árbol corpulento se quedó dormido. Cuando despertó, el sol se escondía tras los cerros vecinos. Se levantó y caminó unos pasos. El dolor de la herida persistía. Decidió ver a la curandera para pedirle algo que aliviara su mal. Y echó a andar en dirección a lo de la "médica".
El canto de los pájaros no se oía ya. Los rumores de la selva se habían apagado. Una estrella lejana brilló en el cielo. La media luz del crepúsculo, con reflejos rojos de incendio, iluminaba la paz de la tierra. Sólo en el alma del pobre turay rugía, como una tormenta, la venganza. Con conocimientos de hierbas y emplastos, el muchacho curó. A los pocos días estuvo completamente bien. ¡Cómo había cambiado Sonko! La mirada, antes tierna, era ahora hosca y dura. Su voz había perdido la dulzura de otros días. Callado y taciturno, continuaba preparando sus planes. Un día, de vuelta del valle, a donde llevara la majadita de cabras, se dirigió muy resuelto al rancho. Iba a poner en práctica su idea de venganza.
Fingiendo sentimientos que ya no sentía, y con la misma voz de pasados días, llamó a su hermana: -¡Huasca!... ¡Hermanita! He encontrado para ti algo que te va a dar un gran placer, golosa. -¿Qué es, turay? -Una colmena. Si te animas y me acompañas, toda la miel será para ti. La recogeremos y en varias vasijas la traeremos a casa. ¿Me acompañas? -¡Sí! ¿Sí! En seguida. Ya lo creo que te acompañaré a buscar miel. ¡Si se me hace agua la boca! -No olvides de llevar un poncho para envolverte la cabeza. Ya sabes que las abejas no abandonan de buen grado la colmena y te picarían sin piedad. Muy preparados se fueron los dos hermanos. Caminaron entre plantas hermosas de grandes hojas y perfumadas flores. Los piquillines y los mistoles les ofrecían sus frutos dulces. La puya-puya les brindaba sus flores blancas y fragantes. La exuberante vegetación de la selva era allí un maravilloso espectáculo. Al llegar a un claro del bosque, el hermano se detuvo. -Aquí es -le dijo-. Envuélvete la cabeza con el poncho, defendiendo tu cara de las picaduras de las abejas. ¿Ves ese árbol tan alto? En la cima está la colmena. ¿Te animas a subir? -Ya lo creo. Tú me guiarás, pues yo no veré muy bien con mis ojos cubiertos con el poncho. -No tengas cuidado. Yo te conduciré -la conformó su hermano.
Con mucho trabajo fueron subiendo al árbol que era el de mayor tamaño del lugar. Una vez que hubo instalado a la hermana, sentada en una horqueta, en lo más alto de la copa, Sonko, fingiendo acercarse a la colmena, sacó de su cintura un hacha y comenzó a descender cortando las ramas que abandonaba. Así dejó el tronco liso y sin puntos de apoyo para que no pudiera bajar la infeliz Huasca. Ella, confiada y ajena a lo que sucedía, esperaba que su hermano le indicara la tarea a cumplir. Cuando Sonko llegó a tierra, se alejó del lugar dejando abandonada y sin defensa a la ingrata hermana. Pasados algunos instantes, y en vista de que no oía al muchacho, Huasca empezó a temer. Apartó el poncho de su vista, y lo que vio le hizo temer algo desagradable. Anochecía y su hermano había desaparecido. Lo llamó, primero tranquila, pero al no obtener respuesta, el miedo la dominó.
Con tono quejumbroso y desesperado, que era un lamento, gritó: -¡Turay! ¡Turay! Pero el hermano no apareció. Con gran sorpresa de su parte, sintió que sus miembros se endurecían, que toda ella cambiaba de forma y su cuerpo se cubría de plumas. En pocos instantes quedó convertida en un ave cuyo grito lastimero se oía en la quietud de la hora. -¡Turay! ¡Turay! Y como recordando la orden que le daba de continuo, repetía: -¡Cacuy turay! ¡Cacuy turay! Desde entonces, este llamado, que es un doloroso recuerdo, un verdadero lamento, y que tal vez sea un grito de arrepentimiento, se oye al anochecer, cuando el cacuy se acuerda que fue una hermana cruel y perversa. Así llama al hermano para pedirle perdón: ¡Turay!... ¡Turay! Y vuelve a repetir como en otros días: -¡Cacuy turay!... ¡Cacuy Turay!... Los que, al anochecer, oyen el grito de esta ave, se estremecen, pues creen escuchar el grito lastimero de una persona. Tal vez es su parecido con el gemido humano.


Referencias


El cacuy es un ave nocturna. Duerme durante el día escondida en algún árbol y aparece cuando el sol se esconde. Tiene un aspecto desagradable. Su cuello, grueso y corto, sostiene una cabeza chata, en la que se destacan los ojos muy grandes y una boca enorme. Para posarse busca el extremo de las ramas secas. El color de la corteza es como el del plumaje, pardo con mezcla de negro. Estirada sobre ellas, parece una continuación de la misma rama. En esa forma trata de pasar inadvertida y fuera de la vista de los cazadores. Hace el nido en los huecos de los árboles con pequeñas ramas y recubre la parte interior con cerdas. Su canto es un grito quejumbroso y muy fuerte que se oye a gran distancia. Muchos lo confunden con el lamento de un ser humano. Esta forma de gritar: "¡ca... cuy! ¡ca... cuy!" ha originado el nombre con que la designan los pueblos de habla quichua. Los guaraníes le llaman urutaú. En la Argentina habita las zonas Norte y Nordeste. En Tucumán y Santiago del Estero se supone que su grito augura cambio de tiempo. En Catamarca se tiene la creencia de que, al gritar, anuncia la proximidad de alguna colmena.
Es un ave mágica, se lo llamó antiguamente Kakó Kokó y luego Kakuy por deformación. En Tucumán entre los Lules: Tarpuí - llox; en el Litoral: Urutaú - gueimiene; entre los Jíbaros: Aohó, y en las tribus Guaicurúes: Nabopena - ga-naga. Sus distintas formas de pronunciación se deben a las diferentes lenguas aborígenes. Su nombre científico es " Nyctibius Griseus Cornutus ".

VOCABULARIO
· Sonko: Corazón
· Huasca: Soga
· Chirimoya: Fruto del chirimoyo, de sabor muy agradable
· Algarroba: Fruto del algarrobo
· Mazamorra: Comida hecha con maíz blanco muy cocido en agua
· Patay: Pan de harina de algarroba negra
· Lechiguana: Avispita que fabrica miel
· Turay: Hermano
· Puco: Escudilla
· Cachu'y: "Haz harina"
· Cacuy turay: "Muele harina, hermano"
· Ojota: Plantilla de cuero que se asegura a los pies por medio de tiritas de cuero
· Yacu: Agua Yacu-Chiri: Agua fría

lunes, 13 de octubre de 2008

Algo que quería decir, del día "de la raza",¿?

Algo que quería decir, del día "de la raza",¿?

Hola escribo por el día que se celebro el domingo 12 de octubre, cuando era chico me decían que colón descubrió América, que colón descubrió una cultura, que trajeron el orden, la fe verdadera, etc.… Qué venían a ayudar a los barbaros que Vivian en estas tierras. Con el tiempo me empecé a preguntar cosas, y a leer, y me salió una pregunta quién era el bárbaro los Españoles o los Indígenas o indios o esclavos como aun hoy están… me pregunto siempre porque quienes acribillaban sin sentido eran los españoles, mataban y esclavizaban a los indios por el oro, solo por ello, no los consideraban personas, y aun parte de la Iglesia no toda hay que destacar esto, participaban de ello… en esos tiempos de masacres y de destrucciones de culturas hubo gente que pelearon por ellos “Los Jesuitas, Franciscanos” con exponentes a la cabezas que fueron guías para una lucha de protección, pero con ellos no se pudo mucho, sino que siempre el imperialismo gano destruyendo todo a su paso.
Hoy en día seguimos con esos maltrato, justamente en la fecha de pascua, el día que celebramos la pasión de Cristo, en el sur, eran echado una comunidad de indígenas, de sus tierras que habitaban hacía muchos años, antes que fuera invadida por los Europeos. Fueron echados a la fuerza niños, ansíanos, mujeres sin sus hogares, todo por darle esa tierra a una persona que hacia más de 50 años había comprado, pero estas tierras no eran para ser vendida, es claro que aquí no nos importa nada, nuestra nación se preocupa por llenarse sus bolsillos y no ver la gente que sufre.
Seguimos haciendo siempre lo mismo, que lamentable es nuestras actitudes con aquellas personas que vivieron desde siempre estas tierras.
Es justo hacer esto, de dejarles sin sus tierras, de festejar esta fiesta…
Decirles salvajes sabiendo que los explotaban, es decir, los trasformaban en esclavos para sacar oro, los españoles dejaban morir a los indígenas para obtener más oro. Salva baje era el imperio Azteca que les brindo las mano tendida a los españoles y ellos aprovecharon para atacar y matar, salvajes una sociedad organizada mucho mejor que los Europeos como el Imperio Inca y Azteca, deberíamos saber más de ellos y nos daríamos cuenta que muy salvajes no eran…
Simplemente dejo esto para recordar algo, que muchas veces vemos las figurita de Colón llegando a América, pero nunca vemos o pocas veces vemos la figurita de lo que hicieron los colonizadores al pueblo aborigen que me da muchas veces vergüenza ver que aun hoy seguimos haciéndoles daño sin sentido.


Cinco siglos igual
Letra y música: León Gieco


Soledad sobre ruinas, sangre en el trigorojo y amarillo, manantial del veneno escudo heridas, cinco siglos igual.
Libertad sin galope, banderas rotas soberbia y mentiras, medallas de oro y plata contra esperanza, cinco siglos igual.
En esta parte de la tierra la historia se cayó ...como se caen las piedras aun las que tocan el cielo o están cerca del sol o están cerca del sol.
Desamor desencuentro, perdón y olvido cuerpo con mineral, pueblos trabajadores infancias pobres, cinco siglos igual.
Lealtad sobre tumbas, piedra sagrada Dios no alcanzó a llorar, sueño largo del mal hijos de nadie, cinco siglos igual.
Muerte contra la vida, gloria de un pueblo desaparecido es comienzo, es final leyenda perdida, cinco siglos igual.
En esta parte de la tierra la historia se cayó como se caen las piedras aun las que tocan el cielo o estan cerca del sol o estan cerca del sol.
Es tinieblas con flores, revoluciones y aunque muchos no están, nunca nadie pensó besarte los pies, cinco siglos igual.

jueves, 9 de octubre de 2008

Comenzando una revolución de corazón

Como me conocen siempre hablando de revolución, pero este título es para marcar un nuevo pasito que estamos haciendo hoy en el colegio San José de Morón que es donde estoy yo este año.

Comenzamos un proyectito con los chicos de 1º de polimodal, salimos todos los martes a compartir la vida con otros chicos, vamos a dar clase de apoyo a chicos que participan en una asociación que funciona en morón que se llama “La casita”, por ser la primera vez que se hace esta salido hemos llegado con una buena impresión de lo que se vivió.

Simplemente como siempre hago quería hacer visible estos pequeños pasos para una revolución al corazón, pronto tendremos opiniones de cómo lo están viviendo los chicos que van a “la casita” pero bueno simplemente era para hacer presente este evento.

Como siempre dar gracias a la asociación por abrirnos la puerta, gracias a los chiquitos que rápidamente se prendieron a nuestros brazos y confiaron para que les enseñemos y a los 6 primeros adolescentes del poli que me acompañaron.
Les dejo una foto de los 6 primeros, prometo escribir y mostrar un poco mas lo que están viviendo ellos y los chicos de “la casita”.

miércoles, 1 de octubre de 2008

La mujer colibrí

Me gusto la leyenda espero que a ustedes también y le encuentren esa invitación que nos hace esta historia.


La mujer colibrí



Casi todas las culturas creen en un cielo, pero no se llega allí de cualquier manera. Hay siempre un proceso de purificación y una travesía peligrosa. En varias tribus amazónicas se cree que los muertos renacen como mariposas, unas más oscuras y pesadas, si esas personas tienen más cosas que pagar; otras más claras y leves, si están casi purificadas. Vuelan de flor en flor chupando el néctar a fin de fortalecerse para la travesía.
En cierta ocasión, estando yo por aquellos parajes amazónicos, un cacique me contó el siguiente mito, que es una historia verdadera porque habla de una verdad real.
Una joven india, esbelta y hermosa, llamada Coaciaba, acababa de perder a su marido, un valiente guerrero, muerto por la flecha enemiga. Con su hijita Guanambi paseaba triste por la orilla del río, observando las mariposas, sabiendo que en alguna de ellas estaba su marido. Pero su saudade era tanta que acabó muriendo. Guanambi, la hijita, quedó totalmente sola. Inconsolable, lloraba mucho, especialmente a la hora en que su madre solía llevarla a pasear. Todos los días visitaba el túmulo de su madre. Ya no quería vivir. Pedía a los espíritus buenos que viniesen a buscarla y la llevasen a donde estuviera su madre. De tanta tristeza, fue enflaqueciendo, hasta que al final murió también. Los miembros de la tribu se entristecieron mucho.
Como quería estar junto a su madre, los espíritus no dejaron que se volviera mariposa; hicieron que se quedase dentro de una flor lila, cerca del túmulo de su madre. La madre renació en una hermosa y suave mariposa, y revoloteaba por allí de flor en flor, acumulando néctar para la gran travesía rumbo al cielo.
Cierto día al atardecer, mariposeando de flor en flor, se acabó posando sobre una linda flor lila. Al chupar el néctar oyó un gemido triste. Su corazón se estremeció. Reconoció dentro de la flor la voz de su hijita querida. ¿Cómo podía estar aprisionada allí dentro? Se rehizo de la emoción y susurró: «Hijita querida, mamá está aquí contigo. Tranquilízate, voy a liberarte para que volemos juntas al cielo».
Pero ¿cómo abrir los pétalos si era una mariposa levísima? Se recogió en una hoja y suplicó entre lágrimas: «Espíritus bienhechores y queridos ancianos, os imploro, por amor a mi marido, valiente guerrero que murió luchando por los parientes, y por compasión para con mi hijita, transfórmenme en un pajarillo veloz dotado de un pico puntiagudo para romper la flor lila y liberar a mi querida hijita, Guanambi».
Tanta fue la compasión despertada que el Espíritu creador y los ancianos atendieron sin tardanza su súplica. La transformaron en un colibrí que inmediatamente se suspendió en vuelo sobre la flor lila. Con voz llena de ternura susurró: «Hijita, soy yo, tu madre. No te asustes. Fui transformada en un colibrí para liberarte».
Con el pico puntiagudo fue quitando con sumo cuidado pétalo por pétalo hasta liberar el corazón de la flor. Allí estaba su hijita sonriente, tendiendo los bracitos hacia su madre. Abrazadas y levísimas, volaron alto, cada vez más alto, hasta llegar juntas al cielo.
Desde entonces, en la tribu, siempre que muere un niño huérfano, cubren su cuerpecito con flores lila, como si estuviese dentro de una gran flor, con la seguridad de que su madre, en forma de colibrí, vendrá a liberarlo para llevarlo al cielo.


Leonardo Boff